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Dalt Vila . Ibiza

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Ibiza Junio 2016. Texto: Aelfrich Sparemberg

 

Cuando decido ir a recorrer Dalt Vila, normalmente todas las navidades, lo suelo hacer por la entrada del baluarte de San Pedro, donde gran parte de la muralla esta empotrada con la piedra caliza de la montaña. Atravesar su empedrado pasadizo, es desear penetrar en una oscura galería buscando el sosiego del tiempo, de la piedra, y la paz en sus solitarias callejuelas

Creo que la mejor manera de entrar en cualquier bastión, es hacerlo por la puerta de atrás, dice un antiguo proverbio ibicenco, que sólo desde la puerta de atrás, se puede construir el marco de la puerta principal de una casa

Cuando llegas al otro lado del pasadizo, te encuentras con la quietud de una huérfana y presumida plazoleta, la inerte figura de una torreta de vigía, y sientes que los cantos rodados del suelo, acarician la planta de tus pies

No hay que llevar un mapa, no hay que establecer recorridos, hay que escuchar a las piedras de la muralla, que te custodian y, sin darte cuenta, te guiarán por su interior, deberás acompasar tu impaciencia por conocer Dalt Vila, con sus sabios latidos, y con suerte empaparte de su espíritu al abandonarla

Caminando por el baluarte de Santa Lucía hacia la explanada donde puedes contemplar el cuadro del puerto, disfrutar de los reflejos albinos de las paredes de las antiguas casas de pescadores de La Marina sobre los turquesas del mar; te incitarán a imaginar a las antiguas naves fenicias, romanas, o vándalas, deslizando sus quillas en estas aguas, izando sus banderas de conquistadores o, simplemente transportando en sus barrigas, ánforas de aceite, vino o, tinajas colmadas de pasas, hierbabuena o sal

A tu espalda, una portentosa y asimétrica arquitectura, engalanada de buganvillas, hermosas terrazas, y unas fachadas coloreadas de blancos con ocres como la arena de las Salinas, o rojizos como la tierra del valle de San Lorenzo, dan la sensación de estar agradeciéndote tu presencia, a veces, parece que quieran invitarte a conocer los secretos que amparan sus salones, unos faldones de cortinas sobresaliendo en algunos balcones, no los zarandea la brisa, sino la curiosidad de ser descubiertos

En estos tiempos, en las aguas del puerto, únicamente puedes contemplar grandes barcos de pasajeros, lujosas embarcaciones de recreo y, algunas diminutas barquichuelas de pesca, afortunadamente, también puedes deleitarte de las estelas de balandros con sus henchidos velámenes, arando el Mediterráneo en busca de las mejores corrientes

Si abandonas los cañones de la muralla, que apuntan a la playa de Talamanca, para sumergirte sin dirección por los meandros del corazón de Dalt Vila, corres la aventura de dejarte atrapar por sus ecos, inmemoriales voces que dan la bienvenida a los forasteros que perciben las pisadas de la historia de esta fortaleza

Las callejuelas, se estrechan, se agrandan, en algunas esquinas se levantan hermosas casonas con unos patios rebosantes de colorida vegetación, en otras, puedes encontrarte casilicios con imágenes de santos locales; te toparás con estrechos túneles para conseguir llegar más rápidamente a otros baluartes o subir a la catedral, y sorprendentemente, también puedes recrearte con la belleza de algunos palacetes y mansiones, que se muestran orgullosas ante los desconfiados y anónimos paseantes, tan lozanas como el que día que se erigieron, desprendiendo el aroma agridulce de la grandeza, esa que jamás puede ser comprada con ningún tipo de plata

Errando por las callejuelas de Dalt Vila, vas ascendiendo hasta el baluarte de Santa Tecla,y, zigzagueando por su muralla, contemplarás la isla de Formentera, parece que la esté amamantado el sol, su forma me recuerda al tacón de un desgastado zapato de claqué

A medida que tus pulmones se encojen con los confines del horizonte, tu imaginación se expande, y un pensamiento en forma de niebla, te susurra que tu tiempo en la fortaleza está terminando, y debes regresar; necesitarás el resto de la mañana para corretear por el paseo de Vara de Rey para saborear de cada instante en Dalt Vila, con el que has llenado de esencia tu existencia

Encaramar la puerta del mar, la entrada principal de Dalt Vila, tras dejar las frágiles columnas de arenisca del cuerpo de guardia, y el balconcito de la enamorada como le llama mi hermano, verás tras la pendiente de bajada, las rollizas columnas del mercado antiguo, y entonces me acuerdo de las palabras de un grabador y poeta británico del siglo XVIII, que sabiamente proclamó: Sostén el infinito en la palma de la mano, y la eternidad en una hora

La ciudad de Ibiza me espera

Dalt Vila permanece

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